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con sus ojos los piés; los retiró ocultándolos bajo la saya, entre los albos y largos encajes de la enagua.

Entró la criada:

—Señorita Chilang?

—Qué.

—Está sonando el teléfono.

Se alzó, presurosa, y se perdió corriendo por la amplia caida; le temblaban, sonando á besos, las pulceras; sonando á amor, bajo el peso de su cuerpo divino se arrastraban temblando sus zapatillas. Andong la vió perderse; temeroso, cuidadoso porque se le quebrase aquella cintura que la sostenía el busto como un ramo de nardos.

Qué oscura estaba la noche! Miró, por el balcón primero al cielo: ¡qué pocas estrellas! luego al jardín: ¡qué muchas flores! Soñando en ella, sobre todas las