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—Primero, por su mirada mentirosa. Segunda, por su sonrisa mentirosa. Tercero, por sus palabras mentirosas...
Se interrumpió la risa fresca y harmoniosa de ella.
—¡Ay, Andong, qué galante!
Se le cerraban más los ojos pequeños al reir; y en sus megillas se abrían dos hoyuelos; su cara era más pálida bajo el fulgor de los tres blancos bombones de luz eléctrica suspensos del plafón; Andong Katig, recordó, mirando al suelo, á los piés de ella, brindados en suprema lindeza á su mirada enamorada:
¿Quién hará, blanco lirio encantado,
Que tu alma al amor se despierte?
¿Será el beso nupcial del amado?—¡Qué galante, Andong!...
Se miró. Vava! la estaba él besando