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—¡Qué chiquillo; cuidado!

—¿Pillo!

—Atroz! No pára en todo el día!

Volvió á recostarse, á balancearse en la blanca mecedora. Parecía una chiquilla temblando de no importa qué encantados y dulces hechizos, la preciosa chiquilla, recogida en alma brindadora en el rosa de dulcísimas macopas de sus labios, la sonrisa de amor. En el lento vaivén, los piés lindos y pálidos, más pálidos todavía entre la púrpura de las zapatillas, parecían desnudos y temblorosos las alas de una paloma herida, caidas en su sangre.

Decía usté antes, Katig?...

—Cuando me llamó usté mentiroso?...

—Sí.

—Pues, que la mentirosa era Chilang.

—¡Yo? ¡Ave María! ¿porqué yo?