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inclinó toda hácia delante, el busto excelso fuera de la mecedora en que se columpiaba indolente, para de nuevo en encantada sonrisa de los labios gumamelados como dulces macopas murmurar:

—Qué?...

Toñing volvía á descargar sobre el teclado sus manos cerradas; fué otro estruendo que apagó las palabras de él en palabras de exquisito, amoroso, galanteador; y ella entonces tuvo que protestar:

—Por Dios, néne; deja el piano.

En cualquier día! El néne seguía, más vigorosamente á cada instante, golpeando más las pobres teclas blancas que gemían delicadas, que lloraban como hojas ... blanca sarapaga pisoteada. Por fortuna llegó la criada, y se lo llevó á jugar fuera, lejos, al comedor.