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Madre de los vivos y de los muertos, ¡oh, Naturaleza!

Cuida del dormido que sepultó en tus brazos su alma joven. Evita que los gusanos perforen sus ojos, que fueron astros de amor, y cuida de su boca tersa donde sonreía la vida; que en su rostro, con carnes de topacio, no se enseñorée la muerte y lo ponga lívido; cuida ¡oh, Naturaleza! para que un rayo de sol sea su eterno cirio y, atravesando las entrañas de la tierra, llegue a acariciarlo como una dicha; cuida que su cuerpo permanezca bello, que la negrura del misterio no maltrate su morbidez; que sus