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¡Noche hermana! Pupila inconsolable que de tanto llorar has quedado ciega.

¡Oh, noche! Niobe del orbe. En tus brazos encuentro el sitio propicio para hundir mi cabeza henchida de sollozos. En tus sombras sigo yo, paso a paso, el destino de mi espíritu errante.

¡Oh, noche! Si de llorar te volviste sombría, las lágrimas que derramaste, piadosas de tu tristeza, se volvieron estrellas para iluminarte; pero las mías, ¡noche!, son como goterones de lava que van surcando mis ojeras y cavando lentamente la tumba de mis ilusiones.