estaba despoblada, por ser tan poca la gente que tenía, que no ocupaba más de una casa que servía de mesón a la gente que llegaba a un puerto detrás de un peñón que señaló con la mano: “Y si vosotros, quienquiera que seáis, queréis repararos de algunas faltas, seguidnos con la vista, que nosotros os pondremos en el puerto.” Dieron gracias a Dios los de las barcas, y siguieron por la mar a los que los guiaban por la tierra, y, al volver del peñón que les habían señalado, vieron un abrigo que podía llamarse puerto, y en él hasta diez o doce bajeles, dellos chicos, dellos medianos y dellos grandes, y fué grande la alegría que de verlos recibieron, pues les daba esperanza de mudar de navíos y seguridad de caminar con certeza a otras partes. Llegaron a tierra; salieron así gente de los navíos como del mesón a recibirlos; saltó en tierra, en hombros de Periandro y de los dos bárbaros, padre e hijo, la hermosa Auristela, vestida con el vestido y adorno con que fué Periandro vendido a los bárbaros por Arnaldo; salió con ella la gallarda Transila, y la bella bárbara Constanza, con Ricla, su madre, y todos los demás de las barcas acompañaron este escuadrón gallardo. De tal manera causó admiración, espanto y asombro la bellísima escuadra en los de la mar y la tierra, que todos se postraron en el suelo y dieron muestras de adorar a Auristela; mirábanla callando, y con tanto respeto, que no acertaban a mover las lenguas, por no ocuparse en otra cosa que en mirar. La hermosa Transila, como ya había
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