día, áspero, turbio y con señales de nieve muy ciertas. Dióle Auristela a Periandro lo que Cloelia le había dado la noche que murió, que fueron dos pelotas de cera, que la una, como se vió, cubría una cruz de diamantes, tan rica, que no acertaron a estimarla, por no agraviar su valor, y la otra, dos perlas redondas, asimismo de inestimable precio. Por estas joyas vinieron en conocimiento de que Auristela y Periandro eran gente principal, puesto que mejor declaraba esta verdad su gentil disposición y agradable trato. El bárbaro Antonio, viniendo el día, se entró un poco por la isla; pero no descubrió otra cosa que montañas y sierras de nieve, y, volviendo a las barcas, dijo que la isla era despoblada y que convenía partirse de allí luego a buscar otra parte donde recogerse del frío que amenazaba y proveerse de los mantenimientos que presto le harían falta. Echaron con presteza las barcas al agua, embarcáronse todos, y pusieron las proas en otra isla que no lejos de allí se descubría. En esto, yendo navegando con el espacio que podían prometer dos remos, que no llevaba más cada barca, oyeron que de la una de las otras dos salía una voz blanda, suave, de manera que les hizo estar atentos a escuchalla. Notaron, especialmente el bárbaro Antonio, el padre, que notó que lo que se cantaba era en lengua portuguesa, que él sabía muy bien. Calló la voz, y de allí a poco volvió a cantar en castellano, y no a otro tono de instrumentos que al de remos que sesgamente por el tranquilo mar las barcas
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