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CAPITULO VII
DEL LIBRO PRIMERO

Cuatro millas, poco más o menos, habrían navegado las cuatro barcas, cuando descubrieron una poderosa nave que, con todas las velas tendidas y viento en popa, parecía que venía a embestirlos. Periandro dijo, habiéndola visto:

—Sin duda, este navío debe de ser el de Arnaldo, que vuelve a saber de mi suceso, y tuviéralo yo por muy bueno agora no verle.

Había ya contado Periandro a Auristela todo lo que con Arnaldo le había pasado y lo que entre los dos dejaron concertado. Turbóse Auristela, que no quisiera volver al poder de Arnaldo, de quien había dicho, aunque breve y sucintamente, lo que en un año que estuvo en su poder le había acontecido. No quisiera ver juntos a los dos amantes, que, puesto que Arnaldo estaría seguro con el fingido hermanazgo suyo y de Periandro, todavía el temor de que podía ser descubierto el parentesco la fatigaba, y más que ¿quién le quitaría a Periandro no estar celoso viendo a los ojos tan poderoso contrario? Que no hay discreción que valga ni amorosa fe que asegure al enamorado pecho cuando, por su desventura, entran en él celosas sos-