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de gente menos bárbara habitadas; que quizá, mudando de lugar, mudarían de ventura.

—Sosiégate, hijo, un poco, que estoy dando cuenta a estos señores de mis sucesos, y no me falta mucho, aunque mis desgracias son infinitas.

—No te canses, señor mío—dijo la bárbara grande—, en referirlos tan por extenso, que podrá ser que te canses o que canses; déjame a mí que cuente lo que queda, a lo menos hasta este punto en que estamos.

—Soy contento—respondió el español—, porque me le dará muy grande el ver cómo las relatas.

—Es, pues, el caso—replicó la bárbara—que mis muchas entradas y salidas en este lugar le dieron bastante para que de mí y de mi esposo naciesen esta muchacha y este niño. Llamo esposo a este señor, porque, antes que me conociese del todo, me dió palabra de serlo, al modo que él dice que se usa entre verdaderos cristianos; hame enseñado su lengua, y yo a él la mía, y en ella ansímismo me enseñó la ley católica cristiana; dióme agua de bautismo en aquel arroyo, aunque no con las ceremonias que él me ha dicho que en su tierra se acostumbran; declaróme su fe como él la sabe, la cual yo asenté en mi alma y en mi corazón, donde le he dado el crédito que he podido darle; creo en la Santísima Trinidad, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, tres personas distintas, y que todas tres son un solo Dios verdadero, y que, aunque es Dios el Padre, y Dios el Hijo, y Dios el Espíritu Santo, no son tres dioses