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voz humana o descubría quien me dijese en qué parte estaba, y la buena suerte y los piadosos cielos, que aun del todo no me tenían olvidado, me depararon una muchacha bárbara, de hasta edad de quince años, que por entre las peñas, riscos y escollos de la marina, pintadas conchas y apetitoso marisco andaba buscando. Pasmóse viéndome, pegáronsele los pies en la arena, soltó las cogidas conchuelas y derramósele el marisco; y cogiéndola entre mis brazos, sin decirle palabra, ni ella a mi tampoco, me entré por la cueva adelante, y la truje a este mismo lugar donde agora estamos. Púsela en el suelo, beséle las manos, halaguéle el rostro con las mías, y hice todas las señales y demostraciones que pude para mostrarme blando y amoroso con ella. Ella, pasado aquel primer espanto, con atentísimos ojos me estuvo mirando, y con las manos me tocaba todo el cuerpo, y de cuando en cuando, ya perdido el miedo, se reía y me abrazaba; y sacando del seno una manera de pan hecho a su modo, que no era de trigo, me lo puso en la boca, y en su lengua me habló, y a lo que después acá he sabido, en lo que decía me rogaba que comiese. Yo lo hice ansí, porque lo había bien menester; ella me asió por la mano y me llevó a aquel arroyo que allí está, donde ansímismo, por señas, me rogó que bebiese. Yo no me hartaba de mirarla, pareciéndome antes ángel del cielo que bárbara de la tierra. Volví a la entrada de la cueva, y allí, con señas y con palabras que ella no