CAPITULO VIDonde el bárbaro español prosigue su historia.
Tardó aquel día en mostrarse al mundo, al parecer, más de lo acostumbrado, a causa que el humo y pavesas del incendio de la isla, que aun duraba, impedía que los rayos del sol por aquella parte pasasen a la tierra. Mandó el bárbaro español a su hijo que saliese de aquel sitio, como otras veces solía, y se informase de lo que en la isla pasaba. Con alborotado sueño pasaron los demás aquella noche, porque el dolor y sentimiento de la muerte de su ama Cloelia no consintió que Auristela durmiese, y el no dormir de Auristela tuvo en continua vigilia a Periandro, el cual, con Auristela, salió al raso de aquel sitio, y vió que era hecho y fabricado de la naturaleza, como si la industria y el arte le hubieran compuesto. Era redondo, cercado de altísimas y peladas peñas, y, a su parecer, tanteó que bojaba poco más de una legua, todo lleno de árboles silvestres, que ofrecían frutos, si bien ásperos, comestibles a lo menos; estaba crecida la hierba, porque las muchas aguas que de las peñas salían las tenían en perpetua verdura; todo lo cual le admiraba y suspendía. Y llegó en esto el bárbaro español, y dijo: