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y dientes; y no preguntes quién es el que esto te dice, sino da gracias al cielo de que has hallado piedad entre las mismas fieras.” Si quedé espantado o no, a vuestra consideración lo dejo; pero no fué bastante la turbación mía para dejar de poner en obra el consejo que se me había dado: apreté los escalamos, até los remos, esforcé los brazos y salí al mar descubierto; mas, como suele acontecer que las desdichas y afliciones turban la memoria de quien las padece, no os podré decir cuántos fueron los días que anduve por aquellos mares, tragando, no una sino mil muertes a cada paso, hasta que, arrebatada mi barca en los brazos de una terrible borrasca, me hallé en esta isla, donde di al través con ella en la misma parte y lugar adonde está la boca de la cueva por donde aquí entraste. Llegó la barca a dar casi en seco por la cueva adentro; pero volvíala a sacar la resaca; viendo yo lo cual, me arrojó della, y, clavando las uñas en la arena, no di lugar a que la resaca al mar me volviese; y, aunque con la barca me llevaba el mar la vida, pues me quitaba la esperanza de cobrarla, holgué de mudar género de muerte y quedarme en tierra: que, como se dilate la vida, no se desmaya la esperanza.”

A este punto llegaba el bárbaro español, que este título le daba su traje, cuando, en la estancia más adentro, donde habían dejado a Cloelia, se oyeron tiernos gemidos y sollozos. Acudieron al instante con luces Auristela, Periandro y todos