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dará señales si está o no Auristela con las demás que para el efeto que se sabe los bárbaros guardan y con tanta solicitud compran?

—Así es la verdad—dijo Arnaldo—; y he escogido antes a Taurisa que a otra, de cuatro que van en el navío para el mismo efeto, porque Taurisa la conoce, que ha sido su doncella.

—Todo eso está muy bien pensado—dijo Periandro—; pero yo soy de parecer que ninguna persona hará esa diligencia tan bien como yo, pues mi edad, mi rostro, el interés que se me sigue, juntamente con el conocimiento que tengo de Auristela, me está incitando a aconsejarme que tome sobre mis hombros esta empresa. Mira, señor, si vienes en este parecer, y no lo dilates, que, en los casos arduos y dificultosos, en un mismo punto han de andar el consejo y la obra.

Cuadráronle a Arnaldo las razones de Periandro, y, sin reparar en algunos inconvenientes que se le ofrecían, las puso en obra, y de muchos y ricos vestidos de que venía proveído por si hallaba a Auristela, vistió a Periandro, que quedó, al parecer, la más gallarda y hermosa mujer que hasta entonces los ojos humanos habían visto; pues, si no era la hermosura de Auristela, ninguna otra podía igualársele. Los del navío quedaron admirados; Taurisa, atónita; el príncipe, confuso, el cual, a no pensar que era hermano de Auristela, el considerar que era varón, le traspasara el alma con la dura lanza de los celos, cuya punta se atreve a entrar por las del más agudo diamante; quiero