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dan por salir a la plaza del mundo. ¡Sírvase Dios con todo!
A lo que dijo Auristela:
—De estimar es, ¡oh Clodio!, el sacrificio que haces al cielo de tu silencio.
Rosamunda, que era una de las llegadas a la conversación, volviéndose a Auristela dijo:
—El día que Clodio fuere callado, seré yo buena, porque en mí la torpeza y en él la murmuración son naturales, puesto que más esperanza puedo yo tener de enmendarme que no él, porque la hermosura se envejece con los años, y faltando la belleza, menguan los torpes deseos; pero sobre la lengua del maldiciente no tiene jurisdicción el tiempo; y así, los ancianos murmuradores hablan más cuanto más viejos, porque han visto más, y todos los gustos de los otros sentidos los han cifrado y recogido a la lengua.
—Todo es malo—dijo Transila—. Cada cual por su camino va a parar a su perdición.
—El que nosotros ahora hacemos—dijo Ladislao—, próspero y felice ha de ser, según el viento se muestra favorable y el mar tranquilo.
—Así se mostraba esta pasada noche—dijo la bárbara Constanza; pero el sueño del señor Mauricio nos puso en confusión y alboroto tanto, que ya yo pensé que nos había sorbido el mar a todos.
—En verdad, señora—respondió Mauricio—, que si yo no estuviera enseñado en la verdad católica, y me acordara de lo que dice Dios en el