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si pueden, con las uñas, dando terribles y espantosos ladridos. Y es esto tanta verdad, que, entre los que se han de casar, se hace información bastante de que ninguno dellos es tocado desta enfermedad; y si después, andando el tiempo, la experiencia muestra lo contrario, se dirime el matrimonio. También es opinión de Plinio, según lo escribe en el lib. 8, cap. 22, que entre los árcades hay un género de gente, la cual, pasando un lago, cuelga los vestidos que lleva de una encina, y se entra desnudo la tierra dentro, y se junta con la gente que allí halla de su linaje, en figura de lobos, y está con ellos nueve años, al cabo de los cuales, vuelve a pasar el lago y cobra su perdida figura. Pero todo esto se ha de tener por mentira, y, si algo hay, pasa en la imaginación, y no realmente.

—No sé—dijo Rutilio—; lo que sé es que maté la loba, y hallé muerta a mis pies la hechicera.

—Todo eso puede ser—replicó Mauricio—, porque la fuerza de los hechizos de los maléficos y encantadores, que los hay, nos hace ver una cosa por otra; y quede desde aquí asentado que no hay gente alguna que mude en otra su primer naturaleza.

—Gusto me ha dado grande—dijo Arnaldo—el saber esta verdad, porque también yo era uno de los crédulos deste error; y lo mismo debe de ser lo que las fábulas cuentan de la conversión en cuervo del rey Artus, de Inglaterra, tan creí-