Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/139

Esta página ha sido corregida
137

embarazado y se hizo a la vela. Salió el navío de Arnaldo adornado de ligeras flámulas y banderetas, y de pintados y vistosos gallardetes. Al zarpar los hierros y tirar las áncoras, disparó así la gruesa como la menuda artillería; rompieron los aires los sones de las chirimías y los de otros instrumentos músicos y alegres; oyéronse las voces de los que decían, reiterándolo a menudo: “¡Buen viaje, buen viaje!” A todo esto, no alzaba la cabeza de sobre el pecho la hermosa Auristela, que, casi como présaga del mal que le había de venir, iba pensativa; mirábala Periandro y remirábala Arnaldo, teniéndola cada uno hecha blanco de sus ojos, fin de sus pensamientos y principio de sus alegrías. Acabóse el día; entróse la noche, clara, serena, despejando un aire blando los celajes, que parece que se iban a juntar si los dejaran. Puso los ojos en el cielo Mauricio, y de nuevo tornó a mirar en su imaginación las señales de la figura que había levantado, y de nuevo confirmó el peligro que los amenazaba; pero nunca supo atinar de qué parte les vendría. Con esta confusión y sobresalto se quedó dormido encima de la cubierta de la nave, y de allí a poco despertó despavorido, diciendo a grandes voces:

—¡Traición, traición, traición! ¡Despierta, príncipe Arnaldo, que los tuyos nos matan!

A cuyas voces se levantó Arnaldo, que no dormía, puesto que estaba echado junto a Periandro en la misma cubierta, y dijo:

—¿Qué has, amigo Mauricio? ¿Quién nos ofen-