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Inglaterra, o ya para España o Francia; que, doquiera que arribemos, tendremos segura comodidad para poner en efeto los honestos pensamientos que tu hermano me ha dicho que tienes; y yo en este entretanto llevaré sobre los hombros de mi paciencia mis esperanzas, sustentadas con el arrimo de tu buen entendimiento. Con todo esto, te ruego, señora, y te suplico que mires si con nuestro parecer viene y ajusta el tuyo, que, si algún tanto disuena, no le pondremos en ejecución.

—Yo no tengo otra voluntad—respondió Auristela—sino la de mi hermano Periandro, ni él, pues es discreto, querrá salir un punto de la tuya.

—Pues si así es—replicó Arnaldo—, no quiero mandar, sino obedecer, porque no digan que, por la calidad de mi persona, me quiero alzar con el mando a mayores.

Esto fué lo que pasó a Arnaldo con Auristela, la cual se lo contó todo a Periandro, y aquella noche, Arnaldo, Periandro, Mauricio, Ladislao y los dos capitanes, y el navío inglés, con todos los que salieron de la isla bárbara, entraron en consejo y ordenaron su partida en la forma siguiente: