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esposa de ilustrísimo linaje nacida y un hermano que lo sea mejor que cuñado, y entre las muchas mercedes que entrambos a dos hemos recebido, te suplico me hagas a mí una, y es que no me preguntes más de nuestra hacienda y de nuestra vida, porque no me obligues a que sea mentiroso, inventando quimeras que decirte mentirosas y falsas, por no poder contarte las verdaderas de nuestra historia.
—Dispón de mí—respondió Arnaldo—, hermano mío, a toda tu voluntad y gusto, haciendo cuenta que yo soy cera y tú el sello que has de imprimir en mí lo que quisieres; y, si te parece, sea nuestra partida esta noche a Inglaterra, que de allí fácilmente pasaremos a Francia y a Roma, en cuyo viaje, y del modo que quisiéredes, pienso acompañaros, si dello gustáredes.
Aunque le pesó a Periandro deste último ofrecimiento, le admitió, esperando en el tiempo y en la dilación, que tal vez mejora los sucesos; y abrazándose los dos cuñados en esperanza, se volvieron al hospedaje a dar traza en su partida. Había visto Auristela cómo Arnaldo y Periandro habían salido juntos, y estaba temerosa del fin que podía tener el de su plática; y puesto que conocía la modestia en el príncipe Arnaldo y la mucha discreción de Periandro, mil géneros de temores la sobresalteaban, pareciéndole que, como el amor de Arnaldo igualaba a su poder, podía remitir a la fuerza sus ruegos: que tal vez en los pechos de los desdeñados amantes se convierte la