Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/122

Esta página ha sido corregida

120

dad es que pienso guardar la cara a los príncipes, porque ellos tienen largos brazos y alcanzan adonde quieren y a quien quieren, y ya la experiencia me ha mostrado que no es bien ofender a los poderosos, y la caridad cristiana enseña que por el príncipe bueno se ha de rogar al cielo por su vida y por su salud, y por el malo, que le mejore y enmiende.

—Quien todo eso sabe—dijo el bárbaro Antonio—, cerca está de enmendarse; no hay pecado tan grande ni vicio tan apoderado, que, con el arrepentimiento, no se borre o quite del todo. La lengua maldiciente es como espada de dos filos, que corta hasta los huesos, o como rayo del cielo, que, sin romper la vaina, rompe y desmenuza el acero que cubre; y aunque las conversaciones y entretenimientos se hacen sabrosos con la sal de la murmuración, todavía suelen tener los dejos las más veces amargos y desabridos. Es tan ligera la lengua como el pensamiento, y si son malas las preñeces de los pensamientos, las empeoran los partos de la lengua; y como sean las palabras como las piedras que se sueltan de la mano, que no se pueden revocar ni volver a la parte donde salieron hasta que han hecho su efeto, pocas veces el arrepentirse de haberlas dicho menoscaba la culpa del que las dijo, aunque ya tengo dicho que un buen arrepentimiento es la mejor medicina que tienen las enfermedades del alma.