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brioso mancebo—, sino el buscar la ventura que sin vos le faltaba? El y yo, dulcísima señora y esposa mía, venimos buscando el norte que nos ha de guiar adonde hallemos el puerto de nuestro descanso; pero pues ya, gracias sean dadas a los cielos, le habemos hallado, haz, señora, que vuelva en sí tu padre Mauricio, y consiente que de su alegría reciba yo parte, recibiéndole a él como a padre, y a mí, como a tu legítimo esposo.

Volvió en sí Mauricio, y sucedióle en su desmayo Transila. Acudió Auristela a su remedio; pero no osó llegar a ella Ladislao, que éste era el nombre de su esposo, por guardar el honesto decoro que a Transila se le debía; pero como los desmayos que suceden de alegres y no pensados acontecimientos, o quitan la vida en un instante, o no duran mucho, fué pequeño espacio el en que estuvo Transila desmayada. El dueño de aquel mesón u hospedaje, dijo:

—Venid, señores, todos, adonde, con más comodidad y menos frío del que aquí hace, os deis cuenta de vuestros sucesos.

Tomaron su consejo y fuéronse al mesón, y hallaron que era capaz de alojar una flota. Los dos encadenados se fueron por su pie, ayudándoles a llevar sus hierros los arcabuceros que, como en guarda, con ellos venían; acudieron a sus naves algunos, y, con tanta priesa como buena voluntad, trujeron de ellas los regalos que tenían. Hízose lumbre, pusiéronse las mesas, y, sin tratar entonces de otra cosa, satisficieron todos la hambre, más