Con aquel sobresalto de la Hidra que advierte
que el Angel da a los términos un sentido elevado,
confiesan en voz alta el filtro que han tomado
en el caudal que alguna fuente sin honra vierte.
¡Hostiles a las nubes y al suelo, si la culpa
en la tumba de Poe no tiene quien la esculpa
en un bajorrelieve, adorno deslumbrante;
firme bloque caído en un desastre oscuro,
que tu granito, al menos, una meta levante
al vuelo de Blasfemias que surcan lo futuro!
¿No concreta este soneto la abstracción forzada de nuestro titulo? ¿No es ese, en términos sibilinos más que lapidarios, el único comentario que se puede hacer a tal asunto, bajo pena de ser también maldito — ¡oh, gloria! — con Estos?
Y de hecho, no perderemos de vista esta cita, que es de lo mejor, tanto por su clase como intrínsecamente.
Nos queda — ya lo sabemos — por completar el estudio emprendido acerca de Mallarmé y su obra. ¡Cuán gran placer, por pronto que tengamos que ultimar la tarea!
Todo el mundo (digno de saberlo) sabe que Mallarmé ha publicado en espléndidas ediciones La Tarde de un Fauno, ardiente fantasía en
la que el Shakespeare de Adonis hubiera pren-