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Paul Verlaine

Mas no; viejos, frecuentan desiertos sin cisterna;
caminan bajo el látigo de un espectro rabioso:
El Mal Sino. Sus mellas ríen si se prosterna

la gente; él trepa encima, jinete pegajoso,
y del torrente lleva al barrizal que enfanga
y cambia en sucio orate al nadador brioso.

Quien por tocar la propia bocina se remanga,
gracias a él se verá por rapaces befado,
que soplando en sus puños remeden su charanga.

Gracias a él, si quieren tentar un pecho ajado
con flores que consiguen encender la impureza
le nacerán babosas al ramo condenado.

Gusanera es su axila, y en su monda cabeza
lleva chapeo de plumas el esqueleto enano.
Es, para ellos, el colmo de la humana tristeza,

y si, zurrados, retan al perverso tirano,
su estoque rechinando sigue al rayo de luna
que bruñe la osamenta y la atraviesa en vano.

Sin el orgullo austero de la mala fortuna,
aunque quieren odiar, sólo guardan rencor;
de la afrenta desdeñan tomar venganza alguna.

Y así, son d sarcasmo de cualquier rascador
de rabel, de los chicos, de la astrosa ralea
que con la andorga huera danza de buen humor.

Predican sabios vates vengadora pelea,
y sin saber su mal, al verles fracasados,
los juzgan impotentes, les niegan toda idea:

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