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Los poetas malditos

para éll Tanto mejor—¿no es cierto?—para vosotros. Del tesoro olvidado por su poseedor más que frívolo, no se habrá perdido todo, y si es que cometemos en ello un crimen, entonces felix culpa!

Después de alguna permanencia en París y de diversas peregrinaciones más o menos aterradoras, Rimbaud cambió de rumbo y trabajó (él) en lo ingenuo, y ya en el plano de lo muy sencillo adrede, no usó más que asonancias, palabras vagas, frases infantiles o populares. Así consiguió prodigios de tenuidad, de verdadero matiz débil, de encanto inapreciable, a fuerza de ser delgado y sutil.

¡Ha reaparecido!
—¿Qué?—La Eternidad.
Con todos los soles
se ha marchado el mar.

Pero el poeta desaparecía-nos referimos al poeta correcto en el sentido un poco especial del vocablo.

Se convirtió en un prosista sorprendente. Un manuscrito cuyo título no recordamos y que contenía extraños misticismos y agudísimos atisbos psicológicos, cayó en unas manos que le extraviaron sin darse cuenta de lo que hacían.

Una temporada de Infierno, publicada en Bru-

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