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Los poetas malditos

Invisible, su mano se complace, homicida.
Se filtra en su mirada el veneno feroz
de los ojos pacientes de la perra tundida,
y trasudamos, víctimas en el aprieto atroz.

Se vuelven a sentar; con los puños crispados
piensan en los que llegan y el reposo les quitan,
y bajo los mentones secos y desmedrados
los racimos de amígdalas se inflaman y se agitan.

Y al cerrar sus viseras el austero letargo,
en el ensueño abrazan sillas embarazadas
y ven proles o crías de asientos a lo largo
de mesas de despacho por ellas rodeadas.

Flores de tinta escupen comas igual que células
de polen, y los mecen tiernas y acurrucadas,
cual fila de gladiolos a un vuelo de libélulas
—y excitanles el pene espigas aristadas.

Teníamos afán de reproducir este poema, tan sabia y fríamente extremado, con toda integridad, hasta el último verso, tan lógico y de un atrevimiento tan feliz. Así, el lector puede darse cuenta del poder de ironía, del terrible numen del poeta, cuyos dones más elevados aún no hemos considerado, dones supremos, magnífico testimonio de la Inteligencia, prueba arrogante y francesa, muy francesa—insistamos en ello en estos días de cobarde internacionalismo—, de superioridad natural y mística de raza y casta,

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