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El remedio del amor

marinero se regocija de haber pasado el estrecho de Escila; así tú huye de frecuentar los sitios que un día te fueron tan agradables; en ellos están tus Sirtes, tus rocas Acroceranias, y desde ellos vomita la implacable Caribdis las olas que acaba de tragar.

Hay otros remedios cuyo empleo no debe ordenarse a nadie, que son infalibles recursos si los aconseja el azar. Que Fedra pierda sus riquezas, y Neptuno salvará a su nieto, conteniendo al monstruo que espantó sus temerosos corceles. Reduce a Pasífae a la indigencia, y amará con más seso: las riquezas alientan el desenfreno de la lujuria. ¿Por qué ninguno sedujo a Hécale y ninguna a Iro? Porque éste era indigente y aquélla pobre. La pobreza no tiene con qué alimentar el amor; sin embargo, no es suficiente razón para que la desees. Más conveniente te será no asistir a las representaciones teatrales, mientras no hayas vencido del todo la dolencia que angustia tu pecho. Allí se enerva el ánimo a los acordes de la cítara, al son de la flauta y la lira, del canto y la danza con sus movimientos cadenciosos; allí se representan a diario ficticias pasiones, y el actor, con arte maravilloso, te enseña los peligros que has de precaver y los placeres que labran la felicidad.

Lo digo a mi pesar, no leáis a los poetas eróticos; autor desnaturalizado, me revuelvo contra mis propios escritos. Huye de Calímaco, que no es enemigo del amor, y del poeta de Cos, tan nocivo como el primero. Safo, en verdad, me inspiró gran ternura hacia mi amiga, y en el viejo de Teos no aprendí la mayor rigidez de costumbres. ¿Quién leerá sin pe-