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El remedio del amor

cipalmente a nuestros designios, y que cada cual se instruya por la propia experiencia. Abandonamos tarde nuestras pretensiones, porque confiamos ser amados todavía. A todos nos embriaga el amor propio, y nos infunde una necia credulidad. No fies en juramentos; ¿hay cosa más falsa?; los mismos dioses inmortales les niegan todo valor; ni te conmuevas por el llanto de las que enseñan a sus ojos a llorar con oportunidad. El albedrío de los amantes se ve combatido por mil estratagemas, como la piedrezuela de la playa resbala de aquí para allá, arrastrada por las ondas marinas. No declares qué motivos tienes para desear la ruptura, ni confieses la causa de los dolores que padeces en secreto; no le reproches sus deslealtades, porque te abrumará con sus razones; al revés, procura que su causa parezca mejor que la tuya: el que calla da pruebas de entereza, y el que llena de oprobios a su amada, le pide una contestación que le satisfaga. No me atrevo, imitando al rey de Ítaca, a sumergir en el río las furiosas saetas y las antorchas del Amor; no intento cortarle las alas de púrpura, ni aflojar las cuerdas de su arco divino con mis lecciones. Mis cantos se limitan a daros consejos; seguidlos, amantes. Tú, Febo, numen de la salud, como siempre lo has hecho, favorece mi empresa. Ya te veo, ya oigo sonar tu lira, y las flechas de tu aljaba; por estas señales reconozco al dios que me ayuda. Coteja con la púrpura de Tiro la lana teñida en la caldera de bronce de Amiclas, y ésta te parecerá más grosera; así vosotros comparad vuestras amigas con las más hermosas, y cada cual comenzará por