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Ovidio

sa, cual torpe cazador, en sus propias redes. El amor se nos introduce en el alma por la costumbre, y por la costumbre llega a olvidarse. El que tenga brío y se imagine libre, acabará siéndolo realmente. Si tu prenda te dice que vayas a gozar la noche que te ha prometido, no faltes; si acudes y encuentras la puerta cerrada, llévalo en paciencia. No recurras a las súpli- cas o las amenazas, ni por eso vayas a tenderte des- esperado en el frío umbral; y a la mañana siguiente no la recrimines por el engaño, ni le dejes ver las señales del dolor impresas en tu aspecto. Ya depon- drá su altivez observando tu indiferencia, y éste será un beneficio que debas a mis lecciones. Procura, en fin, engañarte de veras hasta que logres verte libre del cautiverio. El potro rechaza con frecueacia los fre-. nos que pretenden sujetarlo. Oculta la utilidad de tus designios, y vendrá a suceder lo que te propones. El pájaro se burla de las redes que se descubren dema- siado. Por que no viva tan satisfecha que te abrume a fuerza de desprecios, muéstrate altivo con ella, y su arrogancia cederá a tu entereza. ¿Su puerta se halla por casualidad abierta?; pues, aunque te llame, pasa sin entrar. ¿Te concede una noche?; duda si podrás acudir en la que te indica. A poca paciencia que ten- gas, esto es fácil de soportar, y por ende te permito distraerte en los brazos de cualquier mujerzuela.

¿Quién osará tachar mis preceptos de excesiva- mente severos, cuando represento el papel de un hábil conciliador? Cuanto varían los caracteres huma- nos, tanto varían mis reglas, y a las mil especies de enfermedades acudo con mil distintos remedios. Hay