Página:Los poemas éroticos de Ovidio - Tomo I - Biblioteca Clásica CCXXXIX.pdf/320

Esta página ha sido corregida
315
El remedio del amor

¿de qué te sirvieron las plantas cogidas en la ribera del Fasis, cuando querías permanecer en la mansión de tus padres? ¿Qué te aprovecharon, Circe, las hierbas de Persa, al impulsar un viento bonancible las naves de Ítaca? Echaste mano de cien ardides para impedir la marcha del astuto huésped, mas no por eso dejó de huir a toda vela con la mayor seguridad. Nada perdonaste para matar el fuego que te abrasaba, pero el amor reinó largo tiempo en el alma que pretendía rechazarlo. Pudiste mudar a los hombres en mil formas diferentes, no substraerte a las leyes que dominaban tu corazón. Cuando ya se disponía a partir el rey de Ítaca, dícese que pretendiste detenerle con tales razones: <No te suplico ahora lo que antes, bien lo recuerdo; sostenía mi esperanza, que quieras ser mi consorte, y eso que me imaginaba digna de llamarme tuya, por ser una diosa y la hija del potente Febo; sólo te ruego que no apresures la partida, como merced te pido la dilación; ¿qué menos pueden demandarse mis votos? ¿Ves el mar alborotado? Teme su furia; dentro de poco el viento soplará más favorable a tus velas. ¿Qué causa te mueve a la fuga? Aquí no resurge una segunda Troya, ni un nuevo Reso llama al combate a sus compañeros. Aquí reinan el amor y la paz; ¡ay!, yo sola sufro crueles heridas y toda la tierra se someterá gustosa a tu dominio. Así habló; pero Ulises levó las áncoras y el viento que impelía las naves desvanece las inútiles quejas de Circe, que recurre a los medios acostumtumbrados sin atenuar la violencia de su pasión. Por consiguiente, tú que solicitas de mi arte el alivio de