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Ovidio

lo sufre por vez primera, y cómo duele al potro volador la silla que nunca aguantó. Acaso dejas con pena el hogar paterno; sin embargo lo dejarás, deseando en seguida volver a pisarlo; y no te llaman los Lares de tu abuelos, sino el afecto hacia tu amiga que encubre su flaqueza con pomposas palabras. Así que hayas partido, el campo, los compañeros de viaje y las sorpresas del camino proporcionarán mil solaces a tus cuitas. No pienses que basta huir; prolonga la ausencia hasta que el fuego pierda toda su fuerza y no se oculte una brasa bajo las cenizas. Si te apresuras a volver antes de la completa curación, el amor rebelde probará de nuevo en tu pecho sus armas crueles, y en vez de aprovecharte la ausencia, te sentirás más febril, más ardoroso, y con tu alejamiento habrás agravado los males que padeces.

Deja a otros la creencia de que son útiles las hierbas nocivas de Hemonia y los secretos de la magia: el recurso de los maleficios está de puro antiguo desacreditado. Mi inspiración en versos religiosos te brinda remedios inocentes. Por consejo mío no se evocarán las sombras del sepulcro, ni una vieja hechicera con sus infames cantos conseguirá que la tierra se entreabra, ni traspasará de unos campos a otros las doradas mieses, ni hará palidecer súbitamente el disco del sol. Como de costumbre, el Tíber correrá a sepultarse en las olas del Océano y la luna proseguirá su curso arrastrada por blancos corceles. Ningún pecho calmará sus zozobras con los encantamientos y el Amor no se dará a la fuga por la pestilencia del azufre encendido. Princesa de Colcos,