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LOS PESCADORES DE TRÉPANG


Al parecer, aquellos salvajes habían abandonado por el momento la idea de apoderarse del junco, en vista de la inutilidad de sus tentativas para atravesar el ancho espacio de agua que los separaba de la playa.

Habían perdido casi todos sus bomerangs, los cuales no volvían a sus manos por no encontrar un buen punto de apoyo en el agua. Emprendiéronla entonces con los depósitos de trépang, devorando las olutarias con bestial avidez.

Al pie de las peñas ardían grandes hogueras, señal evidente de que estaban preparando el festín de carne humana.

A las dos de la tarde todos los barriles de agua y el lastre de arena habían sido arrojados al mar, aligerando al buque de un peso de cerca de cuarenta toneladas. El mismo Capitán, para acelerar una operación que tanto podía contribuír a poner a flote el junco cuando subiera la marea, había trabajado con sus propias manos para efectuarla; después se dedicó, en unión del viejo piloto, a trasladar a la banda de babor los víveres, los baúles y todos los objetos pesados para aligerar la banda de estribor, que se apoyaba en el banco.

Cornelio y Hans habían vuelto a la cubierta y reconocían desde allí el banco de arena, que la subida de la marea iba ocultando por momentos bajo mayor cantidad de agua.

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