tomar sus medidas para defenderse de los antropófagos.
Hizo colocar las dos lantacas en la playa, de manera que batieran los dos pasos abiertos entre las rocas de la costa y por las cuales podían desembocar los indígenas. Después mandó traer a tierra un centenar de botellas vacías, que hizo reducir a cascos, los cuales esparció alrededor de los toldos de trépang. Aquellas puntas agudas y cortantes eran un serio obstáculo para los pies desnudos de los antropófagos.
Terminados aquellos preparativos, esperó tranquilamente la acometida del enemigo, haciendo él la primera guardia en compañía de Hans y de seis chinos, escogidos entre los mejores. Van-Horn y Cornelio debían relevarle a media noche.
Esta era obscura y muy a propósito para un asalto. Los silbidos del viento, al pasar por entre las peñas, y el ruido del oleaje al batir en las escolleras, bastaban para impedir que pudiera sentirse la aproximación de un ejército de salvajes.
Van-Stael y Hans estaban muy apercibidos y no apartaban la vista de las peñas. De vez en cuando, mientras los chinos, más espantados que nunca, permanecían amontonados junto a las tiendas, llegaban hasta los depósitos de trépang, temerosos de que los indígenas los estuvieran saqueando, o reconocían la playa para asegurarse de que las anclas del junco seguían sólidamente agarradas a los fondos.