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EMILIO SALGARI


—¡Ah! ¿Os rebeláis?—exclamó el Capitán—. ¡Van-Horn, Cornelio, Hans, desembarcad las lantacas, y si estos hombres intentan alejarse, haced fuego contra las chalupas!

El Piloto y los dos hermanos no se hicieron repetir la orden. Se agarraron a los bordes de las chalupas y con dos vigorosos empujones las embarrancaron en la playa, sacando a tierra las dos lantacas.

Los chinos, que tenían más miedo al Capitán que a los salvajes, bajaron a tierra, aunque murmurando.

Van-Stael, para animarles un poco, hizo destapar un barrilito de sam-sciú, especie de aguardiente de arroz fermentado que se fabrica en China, y lo distribuyó abundantemente entre todos. Si sabía hacerse temer de aquella gente, sabía también hacerse querer.

—¡Animo!—les dijo—. No somos tan pocos que nos vayamos a dejar comer de un bocado por los australianos, y ni las armas, ni la pólvora, ni las balas nos faltan. Mostremos a estos brutos cómo se defienden los hombres de mar.

Estas animosas palabras produjeron poco efecto en la tripulación china, que, en vez de acampar junto a las fornallas y los toldos, se quedó en la playa, para poderse embarcar más fácilmente. Decididamente, los holandeses no debían contar para nada con aquellos hombres, más dispuestos a huir que a ayudarlos.

Van-Stael tenía que resignarse; pero no dejó de

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