a las peñas que rodeaban la bahía, como si temieran ver aparecer de improviso a los salvajes.
Tampoco estaban muy tranquilos el Capitán y sus compañeros. Presentían algo grave. Temían que los salvajes estuvieran preparando algún furioso asalto nocturno. Aunque nada sospechoso se viera ni se oyera en la llanura, había muchos indicios de que los salvajes tramaban algún plan.
Hacia el Mediodía habían visto muchas bandadas de aves salir volando de los bosques de eucaliptos y dirigirse hacia el Norte. Eran papagayos del tamaño de tórtolas, con las plumas amarillas, verdes y azules, pertenecientes a la especie de los trichoglosses; chiorias-alba, especie de palomas algo mayores que las nuestras y con el plumaje blanquecino; milvus, de plumas rizadas, blancas y negras; cacatúas y palomas magníficas, del tamaño de faisanes y con las plumas del pecho azules, con reflejos metálicos, y las del dorso verdes obscuras, con reflejos dorados.
Si estos pájaros abandonaban aquellos bosques en tan gran número debía de ser por algún grave motivo. La presencia de unos cuantos salvajes no habría bastado para espantarlos.
Más tarde, el Capitán y Cornelio, que se habían encaramado en lo alto de una roca para observar la llanura, vieron salir de aquellos bosques muchos warangales huyendo hacia el Sur.