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EMILIO SALGARI


—Y yo deseo llevar mis huesos a mi patria, antes de que los dejen limpios de carne estos salvajes—dijo otro.

—Sí; todos queremos marcharnos de aquí—añadieron los demás.

—Y yo—dijo Van-Stael, irguiéndose y mostrando sus manos callosas—estoy sintiendo ganas de ataros a los quince por las trenzas y abandonaros en la bahía, ¡Pillos!... ¡Ah! ¿Tenéis miedo, conejos del Celeste Imperio?... ¡Mil truenos!... Yo no os he contratado para que deis un viaje de placer alrededor del mundo, señores míos... ¡Van-Horn, sujeta a este cobarde que dice que quiere abandonar esta costa, y mételo en la barra por tres días!... ¡Y vosotros al trabajo, o, palabra de marino, os hago sentir lo que pesan mis manos!... ¡Yo me entenderé con los salvajes! ¡Vosotros, a vuestra obligación, y vivo!

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