que hizo, y sólo halló bandadas de cacatúas y de papagayos o huellas de algún que otro kanguro o casoar.
Sin duda, el jefe de la tribu de los Warrames había tratado de asustarles con una baladronada. Era posible que la tribu sólo existiera en su imaginación o, por lo menos, que estuviera muy lejos.
Así lo suponían el Capitán y sus compañeros, por más que el prisionero, que seguía en la estiba atado fuertemente de pies y manos, se obstinase en hacer creer lo contrario, amenazándoles con que sus súbditos exterminarían a toda la tripulación.
La sexta noche, cuando ya todos estaban seguros de no ser importunados, ocurrió un suceso inesperado, que les inquietó sobremanera.
Mientras los pescadores descansaban tranquilamente en las tiendas, los hombres de guardia, que velaban alrededor de las fornallas, distinguieron, hacia las tres de la mañana, una luz en una altura, como a tres millas de la costa.
No estaba fija ni presentaba constantemente igual aspecto, sino que cambiaba de posición y de dimensiones, ora agrandándose desmesuradamente, ora achicándose hasta desaparecer casi.
Alarmáronse los chinos, que desde cinco días antes estaban intranquilos, temiéndose un asalto. Todos se pusieron al momento en pie, y hubo unos cuantos que