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LOS PESCADORES DE TRÉPANG


—Pero ¿qué significa esa lúgubre pintura?—preguntó Cornelio.

—Es su atavío de guerra—respondió el Capitán.

—¿Y ese trozo de corteza de árbol?

—Una declaración de hostilidad. Es una corteza de wai-waiga, o sea de un árbol venenoso, llamado por ellos árbol mortal.

—¿Y ese pillo se atreve a presentarse solo? ¡Ah, tío; voy a agarrarlo de una oreja y a llevarle a bordo del junco!

El joven iba a poner en práctica su amenaza; pero el Capitán le detuvo.

—Déjame a mí, Cornelio—le dijo—. De seguro no está solo, y detrás de esas rocas puede esconderse una tribu. Tú, Van-Horn, reúne a los chinos junto a las chalupas, y vosotros, sobrinos, a la lantaca.

Mientras la tripulación se retiraba precipitadamente hacia la playa, para estar pronta a embarcarse, el Capitán, con el fusil cargado en la mano, se acercó al salvaje, que le miraba insolentemente, como si estuviera seguro de sí propio.

—¿Qué quieres?—le preguntó, empleando el mismo lenguaje de que el antropófago se había antes servido.

—Que los hombres blancos dejen la costa que pertenece a los hijos de Mooo-tooo-omj—respondió el australiano.

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