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LOS PESCADORES DE TRÉPANG


bejucos, y, mostrándoselos al Capitán Van-Stael, le dijo: —Este metal amarillo, que abunda en nuestro país entre las arenas del Durga, sé que es muy apreciado por los blancos. Consérvalo como recuerdo mío.

Dicho esto, saltó a la piragua, hizo tender las velas y se dió a la mar saludando por última vez a sus amigos.

El Capitán y sus compañeros, que no habían comprendido el significado de aquellas palabras, creyeron que aquellos paquetes contendrían regalos de poco valor; pero ¡cuál sería su sorpresa cuando, abiertos, vieron que estaban llenos de polvo de oro!

Había, por lo menos, un quintal de tan precioso metal, que tanto abunda entre las arenas de los ríos papúes. Era una verdadera fortuna, que les recompensaba largamente de la pérdida del junco y del trépang.

Cuatro días después la Batanta desplegaba velas, y una semana más tarde llegaba a Timor ante la factoría del armador chino.

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El capitán Van-Stael ha renunciado a navegar: posee una gran factoría; se ocupa en el comercio del trépang y de los productos de su país.

Hans y Cornelio navegan ahora en un buque adquirido con el oro del papú, en compañía del viejo Van-Horn y del pescador chino, que no han querido abandonarlos.

FIN

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