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LOS PESCADORES DE TRÉPANG


—En la orilla del río Durga.

—Es mi camino—murmuró el Capitán—. Cornelio y Van-Horn saben que vamos en busca de ese río, y tal vez nos los encontremos allí. Sin embargo, se lo advertiré, por si vuelven a este sitio.

Arrancó una hoja de un libro de memorias, y escribió en ella las palabras que más tarde debían leer sus compañeros, arrojándola medio arrugada sobre la yerba.

—¿Qué has hecho?—le preguntó el jefe.

—Un voto a mi genio protector—respondió el Capitán—. Te aconsejo que no toques ese papel, si no quieres morir.

El papú, supersticioso como todos sus compatriotas que creen en los genios del mar y de la noche, se guardó muy bien de tocar el papel. Al contrario, temiendo que fuera un poderoso maleficio, apresuróse a dar la orden de marcha.

Convencido de que su hijo había sido muerto por los arfakis o por sus prisioneros, volvía a su aldea.

La marcha a través de aquellos grandes bosques fué penosa, sobre todo para los tres náufragos, a quienes les habían atado las manos a la espalda para impedirles todo intento de rebeldía o de fuga, durante el descanso nocturno.

Al alba del tercer día, los papúes y sus prisioneros llegaron a la orilla del Durga, gran río, de rápida corriente,

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