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EMILIO SALGARI


—¿Dónde está mi hijo?

—¿Tu hijo?—exclamó Van-Stael—. ¡No sé quién es!

—Había venido aquí para matar al jefe de los arfakis.

—No lo he visto.

—¡Mientes!—gritó el papú—. ¡Tú lo has matado!

—Te repito que no lo he visto.

—Los europeos son nuestros enemigos.

—Yo no he sido nunca enemigo tuyo.

—Tú quieres engañarme; pero eres mío, y serás mi esclavo, o te entregaré a mis súbditos para que te coman.

—Estás borracho, papú—dijo el Capitán, que iba perdiendo la calma—.

¿Qué historia es ésa que me cuentas?

—¿Qué hacéis en este bosque?

—Hemos naufragado en estas costas, arrojados por la tempestad, y trataba de llegar al río Durga, para luego ir a las islas Arrú y desde allí volver a mi patria.

—¿Y no has visto a los arfakis?

—Ni a uno siquiera.

—¿Qué es lo que ha ocurrido a mi hijo?

—¿Pero cómo quieres que lo sepa?

—¿Son amigos tuyos los arfakis?

—Si los hubiera encontrado, me habrían comido.

—No te creo: serás mi esclavo, hasta que encuentre a mi hijo.

—Como quieras. ¿Dónde está tu aldea?

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