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EMILIO SALGARI


Se internó mucho en la selva; pero ya iba al acaso, pues había perdido las huellas del animal. De vez en cuando llamaba a gritos a sus compañeros, sin obtener respuesta.

Como el sol iba declinando y temía no poderse guiar al regreso, se vió, a pesar suyo, obligado a volver al campamento, con la esperanza de hallar en él a los cazadores que podían haber vuelto por otro camino.

Su desesperación llegó al colmo, cuando sólo vió a Hans y al chino.

—Se han extraviado—dijo—. ¿Qué será de ellos? Los imprudentes, persiguiendo a la res, se han olvidado de hacer señales en los árboles, y Dios sabe dónde estarán ahora.

—No pueden estar muy lejos, tío—dijo Hans—. El babirussa perdía sangre y no habrá podido correr mucho. De seguro volverán.

—Pero la selva es inmensa, Hans, y muy fácil extraviarse en ella.

—Van-Horn es un marino, y tú sabes que los hombres de mar saben orientarse muy bien.

—En el mar, sí; ¡pero en estos bosques, donde no pueden verse el sol ni las estrellas! Pero tengamos paciencia. No veo otro remedio por ahora.

Construyeron una pequeña choza con hojas y ramas entrelazadas, y se guarecieron en ella para pasar la noche

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