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EMILIO SALGARI


—Señor Cornelio; partamos sin perder un minuto—dijo el piloto—.

Dentro de cuarenta y ocho horas abrazaremos al Capitán, a Hans y al chino.

—¡En marcha, Van-Horn! Me siento tan fuerte ahora, que andaría diez leguas sin detenerme.

Recogieron los panes de sagú esparcidos entre la hierba, y se pusieron en marcha penetrando en la gran selva, que se extendía hacia el Oeste.

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