—¿Y por qué motivo los de tu tribu han llegado hasta aquí?
—Mi padre los ha conducido.
—¿Para sorprender a nuestros compañeros?
—No, porque no podía saber que estaban aquí, sino para salvarme de manos de los arfakis. Un compañero mío, que pudo huir cuando me hicieron prisionero, le habrá advertido de mi desgracia.
—¿Y si por vengar tu muerte mata a los nuestros?
—No; nosotros hacemos la guerra a los europeos porque nos han maltratado.
—¿Y los matará?
—Mi padre no mata a los prisioneros. No somos antropófagos tampoco: los hacemos esclavos.
—Pues nosotros los libraremos, aunque tengamos que incendiar tu aldea.
El papú se sonrió.
—El hijo de Uri-Utanate ha sido salvado por vosotros, y es vuestro esclavo. Cuando mi padre lo sepa, será amigo vuestro y os hará conducir a todos a vuestra patria.
—¿Está muy lejos el Durga?
—A dos jornadas de marcha.
—¿Cuándo crees que fué el asalto?
—Al alba, porque estas ramas tronchadas están aún húmedas de savia. Si hubiera sido ayer, ya estarían secas.