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LOS PESCADORES DE TRÉPANG


Entraron bajo los árboles y llegaron al sitio en que habían acampado el Capitán, Hans y el chino. Se veían aún algunas huellas: trozos de pan de sagú, cenizas, una pequeña choza medio caída, plumas de palomas, pero nada más.

—¡Nada! ¡Ni un papel que nos indique el camino que han seguido!—exclamó Van-Horn con desesperación.

A poco, mientras él y Cornelio registraban entre la yerba, vieron al papú, que se había alejado para buscar las huellas del Capitán, volver corriendo, con la ansiedad pintada en el semblante.

—¡Allí!—gritó señalando al piloto el lindero de la gran selva.

—¿Qué has visto?—le preguntó Horn, que tuvo un momento de esperanza—.

¿Hombres blancos, quizá?

—No; pero venid.

Cornelio y Hans lo siguieron, llegando hasta un grupo de enormes duriones. Allí, con gran angustia, vieron en el suelo algunos panes de sagú pisoteados, balas de fusil, un pedazo de paño que reconocieron como perteneciente al traje del Capitán, y el sombrero del chino; observaron, además, algunas flechas clavadas en los troncos de los árboles, una maza medio rota y cuerdas de fibras de rotang.

—¿Qué ha pasado aquí?—exclamó Cornelio con voz ronca.

—¡Aquí ha habido un combate!—respondió Horn

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