—Ocho minutos—dijo—; el trépang está a punto.
Los chinos extrajeron los moluscos de las pailas con las espumaderas y los fueron echando sobre una lona que habían tendido cerca de las fornallas.
Hans y Cornelio contemplaban atentamente todas aquellas maniobras.
—La cochura está a punto—repitió el Capitán—. Los moluscos tienen el aspecto de la goma elástica y su piel azulea, señales ambas de que están en condiciones de conservarse perfectamente.
—Me han dicho que también hay el procedimiento de secarlos al sol—dijo Cornelio—. ¿Es cierto eso, tío?
—Sí, muchacho, y añadiré que los conservados así se pagan más caros; pero es operación demasiado larga, pues requiere veinte días, y nosotros no disponemos de tanto tiempo. También se les seca al fuego, operación más breve que la de secarlos al sol, pues sólo exige cuatro días; pero esta playa en que estamos....
—¡Cooo-mooo-eee!
Este grito extraño, que ya habían oído antes, salió de pronto de entre las rocas, interrumpiendo la frase del Capitán.
Casi al mismo tiempo se oyó exclamar a Van-Horn: —¡Eh, monazo del demonio: en cuanto hagas el menor movimiento, te aso!
¡Palabra de marinero!