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EMILIO SALGARI

externa, y secándola después como la pimienta negra.

Es raro que este mísero grano haya sido bastante para poner en comunicación, desde los tiempos más remotos, a los habitantes de Europa con los de la India. Ya en el tiempo de los romanos era un artículo importantísimo, que se expedía en grandes remesas desde la India y llegaba a Europa a través del Océano Indico y el mar Rojo. Pagábasela a tan altos precios, que se hizo proverbial su carestía. Para ponderar el alto valor de una cosa se decía que era cara como la pimienta.

El papú, Cornelio y Van-Horn, tropezando y cayendo, y mareados por el olor acre de la pimienta, iban abriéndose camino a hachazos, avanzando poco a poco y descansando a cada instante para limpiarse el sudor que les inundaba, pues el calor era insoportable en lo interior de la selva.

Poco después de mediodía llegaron los viajeros a lugares más transitables, aunque siempre dentro del bosque.

—¡Ya era tiempo!—exclamó Cornelio entre uno y otro estornudo—. ¡Por poco me ahogo ahí dentro!

—¡Yo estoy humeando!—decía el piloto—. ¡Si no estoy cocido, me falta poco! Descansaremos un rato antes de emprender de nuevo el camino.

Disponíanse a seguir este consejo, cuando vieron al papú esconderse de un salto en la yerba.

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