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EMILIO SALGARI


—Y este papú es hijo de un jefe, por lo que he podido entender.

—Sí, señor Cornelio; y su tribu está en la orilla del Durga.

—Pues entonces nos guiará hasta allí.

—Sí; pero antes trataremos de encontrar a nuestro tío y a nuestro hermano. Los salvajes saben guiarse por los bosques, y seguir una huella, por leve que sea.

—Informa de todo a este hombre.

Van-Horn no se hizo repetir la indicación, y contó al papú las peripecias de su extravío en el bosque.

—Me habéis salvado la vida, y soy vuestro esclavo—respondió el indígena—. Buscaremos a vuestros compañeros, y luego os conduciré a todos ante mi padre, que os entregará una gran piragua para que volváis a vuestro país. Nosotros no amamos a los europeos, de los cuales tenemos grandes motivos de queja; pero mi padre y mi tribu acogerán bien a mis salvadores. Marchemos, que va a ser de día.

—¿Y cómo harás para encontrar a nuestros compañeros?—preguntó Horn.

—Sé dónde está el bosquecillo de nueces moscadas. He cazado allí palomas y aves del paraíso, hace una semana.

—Pero tienes las espaldas llagadas por las quemaduras.

—No importa; no me molestan mucho.

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