No faltaban tampoco las nunang, que son las más pequeñas de todas, sin verrugas ni espinas, lisas y con toda la piel negra, pero que son las más codiciadas, pagándose en los mercados chinos hasta a treinta y cinco pesos el pikul. Había también otras de calidad inferior, como los zapatos, los lowlovan, los balatliman, los botan y los hangenan, que se venden a seis pesos el pikul.
Todas aquellas olutarias estaban vivas aún, y desahogaban su impotente cólera arrojando chorrillos de agua a los marineros, los cuales, sin hacer el menor caso, las amontonaron junto a los dos hornillos.
El Capitán observaba atentamente el hervor del agua en las calderas.
Se requiere larga práctica y rara habilidad para preparar el trépang, porque basta un punto más o menos de hervor para echarlo a perder.
El exceso de calor cubre de vejigas a las olutarias y las vuelve porosas como esponjas, y, por el contrario, la falta de calor suficiente les hace perder la consistencia, y entonces se pudren e inutilizan en pocas horas.
—¡Echad!—exclamó al cabo de un rato Van-Stael.
Los chinos arrojaron los moluscos en las calderas. Por algunos instantes se les vió agitarse y contraerse desesperadamente; después quedaron inertes en el fondo del agua, que hervía a borbotones.
El Capitán, entre tanto, no apartaba la vista del reloj que había sacado, y que tenía en la mano.