se dirigieron hacia aquel sitio, procurando no hacer ruido. A treinta pasos de aquella hoguera se detuvieron de común acuerdo, y muy disgustados, pues habían sufrido un desengaño.
Sentados alrededor de ella, doce papúes discutían animadamente. Otro de ellos atado fuertemente con sólidas lianas, estaba tendido sobre la yerba, haciendo desesperados esfuerzos por librarse de sus ligaduras.
Los primeros eran fuertes, musculosos, de pechos amplios, facciones angulosas y duras como las de la raza malaya, pelo abundante y rizado, dientes agudos y ennegrecidos por el uso del betel[7] y piel cobriza, pero de tonos sucios.
Iban completamente desnudos y llevaban un hueso atravesado por el cartílago de la nariz, consistiendo sus armas en arcos, mazas, y lanzas con la punta de hueso.
El prisionero era de más elevada estatura, rostro ovalado y regular, abundante cabellera lanosa sujeta con un ancho peine de bambú, y tenía la piel del hermoso color negro de las buenas razas africanas.
Llevaba los brazos y el cuello adornados de aros y collares de cobre, y de dientes de animales, y el pecho cubierto con un peto fabricado de un tejido de fibras