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LOS PESCADORES DE TRÉPANG

estamos lo menos a tres millas de donde salimos y podemos extraviarnos.

—¿No tienes brújula?

—No; se la dejé al Capitán.

—Entonces, apresurémonos, Horn. Mi tío puede inquietarse.

El piloto descuartizó con su hacha al babirussa; cargó con un costillar, y junto con Cornelio, emprendieron la vuelta hacia donde habían quedado sus compañeros. Por desgracia, se habían olvidado de señalar los lugares por donde habían ido pasando, y para colmo de desventura, las manchas de sangre que a su paso dejara el animal no eran visibles en aquel caos de vegetales. Anduvieron muchísimo inútilmente.

El bosquecillo de nueces moscadas no parecía.

Detuviéronse muy inquietos.

—Creo que nos hemos perdido—dijo Cornelio.

—Me lo temo—dijo Horn—. No hemos vuelto por el rumbo que trajimos a la venida.

—En una selva como ésta es muy fácil perderse, Horn. Sin señales que guíen en la marcha, hay tendencia a andar describiendo círculos más o menos amplios. Eso es sabido.

—Así es, efectivamente, señor Cornelio; y se ha advertido que se desvía uno siempre hacia la izquierda.

—Es probable que por efecto de ello nos hayamos alejado, en vez de acercarnos; ¿no lo crees así, Horn?

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